lunes, 5 de enero de 2009

Un texto cualquiera

Las ocho cuarenta de la mañana.
Rocío da un beso mecánico a su madre mientras esta le recuerda que en Enero pasará frío con unos pantalones con rotos. Rocío cuenta los segundos que tarda en cerrar la puerta y comenzar la huida diaria.
Bajando la calle, la primera bocacalle a mano derecha. Después el semáforo de la vieja con el perro pequeño al que Rocío nunca ha oído ladrar y una segunda calle a la izquierda está su colegio.
Pero hoy, como casi todos los días, no llega a ver al perro y se mete por otra calle a su izquierda. Va al número 50 y sube al tercer piso letra D.
Piensa en muchas cosas a la vez, le suele pasar. Piensa en cómo se parece el perro al novio de su tía, en la obsesión de sus padres con sacar buenas notas, en el culo de Guillermo del curso G y, no sabe por qué, en un filósofo que habla de la supremacía del hombre…
Cuando sube Lorena ya ha puesto el Welcome to the jungle.
Las bebidas ya están sobre la mesa.
Rocío se sienta en el sofá y abre su mochila azul con unos remaches de los Ramones, a los que nunca ha oído. Saca una caja de Fortuna y enciende un cigarrillo.
Hoy es whisky. Rocío ha visto a su tía Paula tomarlo y decide hacerlo como ella, con vasos cortos y sin demasiada prisa. Mientras, come lacasitos.
Lorena en cambio bebe vasos más largos, no tiene intención de hacer nada en todo el día.
A Rocío le preocupa una estupidez. Un trabajo sobre un filósofo… ¿Romano? ¿Griego? Lorena se ríe, ella tampoco sabe de dónde carajo era… Ni le importa… Rocío tendría que hacer el trabajo, no le apetece, pero tampoco quiere pasarse dos meses encerrada en su casa.
Lorena sonríe mientras da una calada y se pone a toser. Aún no sabe fumar pero ella ya tiene el trabajo hecho.
Rocío se ríe, cómo va a tener el trabajo hecho y de qué.
Lorena no quiere contarle su secreto pero los vasos de whisky son más sinceros que ella. Dice que se lo ha hecho Miguel.
Rocío piensa en Miguel. Gafas, como todos los empollones de su clase. Gafas y pelo rizado.
Desde que eran pequeños su madre intentaba ponerle la ralla a un lado pero el pelo era todo lo rebelde que nunca ha sido su hijo. Con catorce años ya sabe que va a ser químico, pero no sólo es un asqueroso empollón de ciencias, también va de los primeros en letras.
Rocío piensa en cuántas veces han podido coincidir y decide que muy pocas. Cómo le has convencido, pregunta a Lorena, que le sonríe de un modo extraño y afirma que ella también puede tener el trabajo hecho para mañana.


Miguel pasa unos apuntes a ordenador. Son las cinco y media de la tarde y acaba de volver del instituto.
Cuanto antes mejor, sin duda. Antes termina los apuntes, antes puede dedicarse a otras cosas.
Ni un sonido en toda la casa. Sólo el teclear mecánico del ordenador que tanto le gusta.
Llaman a la puerta. Su madre. Siempre se deja las llaves cuando se va a Pilates.
Miguel coge las llaves y se acerca al telefonillo.
La frente arrugada y la voz temblorosa. Da al botón.
Tiene dos minutos hasta que coja el ascensor, suba los tres pisos y entre por la puerta.
No hay ningún espejo cerca, está descalzo, en pantalones de pinza desabrochados y con una camiseta cualquiera, la que planchara su madre esa misma mañana.
Se abrocha los pantalones y vuelve a su habitación. No tiene muchas camisetas limpias. Ninguna que quiera que llevar en ese momento. Da igual.
Suena un portazo y un tímido “hola” desde el salón.
En el salón Rocío deja la mochila en el suelo y también su abrigo negro. Miguel no es capaz de mirarle la cara y se fija en los agujeros de sus pantalones y su jersey a rallas, de distintos colores, como sus ojos, que nunca ha averiguado si son azules o verdes, y nunca se atreve a comprobar.
Rocío le saluda y le pregunta si se puede sentar, pero no espera respuesta para acomodarse en el sofá verde de su salón. Le pregunta si está solo.
Miguel dice que sí. Sube un poco la mirada y puede ver el cuello y los labios de Rocío, hay una sonrisa y un colgante de plata que se ajusta al cuello.
Que él no la mire hace que Rocío tampoco pueda hablar, así que cuando le pide que se siente a su lado es brusca, más de lo que había ensayado.
Por suerte él se sienta de todos modos.
Al estar tan cerca Miguel puede rozar su hombro con el de ella y con su mano, su rodilla. Es la primera vez que tiene a una chica tan cerca, y más una chica como Rocío, a la que ya le ha empezado a salir el pecho con trece años.
Tiene que ser una broma, sabe que Rocío jamás le miraría a la cara salvo para reírse de él o para pedirle un favor.
Rocío nota que Miguel aparta su mano de su rodilla. Lo agradece, está empezando a temblar. No sabe si él estará más nervioso que ella pero no sabe cómo empezar.
Miguel da el primer paso, o por lo menos eso cree él, preguntando qué es lo que ella quiere. No puede mirar sus rodillas más tiempo, ni evitar mirar su cuello o saldrá corriendo por la puerta como un niño de cinco años.
No esperaba tener que hablar del tema, pero ella menciona al filósofo de la supremacía del hombre. Miguel sí sabe cómo se llama y menciona una palabra, superhombre. Seguro que es ese. Cuando Miguel habla de cosas que conoce está mucho más tranquilo y hasta se atreve a mirarla.
Rocío no sabe nada de él ni del superhombre. Miguel permanece callado. Esta debe ser la señal, piensa Rocío mientras le da la mano y le pregunta dónde está su cuarto.

Sobre la cama, Miguel ha apartado las sábanas y se recuesta. No se atreve a coger la almohada y colocarla en la cabeza para estar más cómodo.
Rocío, sentada a su lado le baja la bragueta y rebusca en sus calzoncillos de un personaje de dibujos animados. Miguel le ayuda bajándose los pantalones y entonces es cuando Rocío le baja los calzoncillos y ve su polla.
Le sorprende que haya tanto pelo y tantas venas.
La coge, al principio desde más arriba, luego, desde la base, como cree que vio en la clase de conocimiento del medio para poner preservativos. Quizá tendría que haberle puesto uno antes de empezar, pero ya es tarde.
Rocío sigue arriba y abajo, arriba y abajo. No quiere mirar a Miguel pero tampoco quiere mirar a su mano, de modo que mira al techo, blanco. La habitación de Miguel no tiene ni un solo póster, todo es un espacio blanco con estanterías llenas de libros y muebles en madera clara.
Suena una fuerte respiración y es cuando Rocío mira a Miguel. Se ha quitado las gafas y respira moviendo las aletas de su nariz e intentando no hacer ruido. Ella se ha asustado pero disimula. Había olvidado que él seguía ahí.
Miguel mueve su mano hacia las piernas de Rocío y ella las aparta en un acto reflejo. Él no insiste y ella sigue moviendo la mano.
Cada vez su rostro está más rojo y el de ella más blanco.
No tarda mucho en correrse. Miguel respira tranquilo y mira a Rocío, que está inmóvil en la cama, mirándole a él. Ella se alegra de que ya no esté tan rojo y vuelva a respirar normal. Él ve que sus ojos son verdes.


Un notable alto.
Y el filósofo se llama Nietzsche.
Rocío guarda su trabajo en la cartera. Mira a Miguel de lejos, que está hablando con unos compañeros. Ahora ya puede mirarla a la cara e incluso la saluda con la mano. Lleva los mismos pantalones de pinzas.
Seguramente están hablando de ella pero a Rocío no le importa y devuelve el saludo con una sonrisa.
A la salida Lorena le pregunta qué tal su trabajo y Rocío le enseña su notable con orgullo. Le devuelve la pregunta y Lorena le enseña el suyo, es un suspenso.
Al final Miguel no le hizo el trabajo, según dice.
A los empollones no hay con qué comprarles, ni con alcohol ni tabaco ni nada. Rocío le pregunta si no intentó nada más. Lorena se encoge de hombros, no había nada más que ofrecer.
Rocío sonríe ante la inocencia de su amiga.
Hay una cosa que siempre puede comprar a la gente.
No siempre tendrá que ir tan lejos ni querrá. Habrá otros modos, pero este, éste funciona con cualquiera, y ella ya lo sabe.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me siento sucia... nunca había visto este acto como algo tan desagradable... no volveré a hacerlo...

Relato muy impactante. Transmite mucha frialdad. Se hace corto.

(Paco)

Anónimo dijo...

Joder, vaya con el "relatito". Al igual que a Paco, se me ha hecho corto y mira que es un texto extenso.
Hay que ver, como espabila el chavalote jeje, si es que todo en esta vida tiene un precio. Muchas veces no es monetario, no tiene porque serlo.
Me ha gustado bastante, en un principio no me lo esperaba. Mola.
Un saludete

PD: Yo no me siento sucia jiji, es más ¡¡¡soy muy guarrillaaaaa!!

Tu querida lectora aférrima.
La Jelens

Anónimo dijo...

Hola rascayú!:

Tienes dos premios para tu blog en la última entrada que he puesto... "Concédeme pues una petición; concédeme la venganza. Y si no me escuchas. ¡vete al infierno Crom!"
Saludetes

Rotwang, der Erfinder dijo...

Perdona que haya tardado tanto en leerlo pero es que [inserte aquí excusa].
Me ha gustado bastante. Es todo muy frío pero intenso y el final es moralmente interpretable, lo que siempre se agradece.

PD 1. Un detalle, ¿ahora se estudia a Nietszche con 13 años? Porque yo lo dí en COU...

PD 2. Con todo el respeto del mundo, pero ya nos hubiera gustado a los empollones que pasaran este tipo de cosas...