Siempre que me despierto mal, quiero algo.
A veces quiero coger el coche e irme a Aranjuez a pasar el día, a veces comprar en el ebay El cuentacuentos, a veces irme al pueblo y, siempre, volver; otras veces ir a ver o llamar a alguien al que tenía olvidado; a veces trabajar o pasarme semanas buscando trabajo, a veces cagarme en todos los trabajos; a veces quererme y a veces querer volarme la cabeza.
Pero hoy ha sido mucho menos traumático que eso, hoy sólo quiero un ramo de rosas.
Eso ha dicho mi cabeza esta mañana y yo enseguida la he hecho callar para seguir pendiente del volante, continuar el camino de baldosas de obra hasta llegar al trabajo.
Había dormido muy poco y el estómago ardía, mientras pensaba en cómo organizar la próxima semana. Era necesario hacer compras, revisiones médicas, ir a trabajar, hacer una limpieza general en la casa, estudiar las asignaturas porque ya es Septiembre.
Pero no me interesa, no pienso en nada de eso, ni me importa, porque solamente pienso en lo bonitos que son los ramos de rosas, lo elegantes que resultan en las casas victorianas de las películas y en cuál será el auténtico tamaño de una rosa.
Lo raro es que piense en plantas, de cualquier tipo, bellas o feas, con la pasión más asfixiante del rojo o la elegancia sosa del blanco, o los cardos, jamás pienso en cardos ni en amapolas, pero hoy es distinto, hoy me he despertado deseando que me llegue un ramo de rosas absolutamente gigante.
¿Por qué? Detesto los ramos, los ramos de flores son algo cercano al homicidio, la tortura por la belleza, igual que aquel que tiene pieles como abrigo, quizá con menos fuerza porque a una rosa no se le oye chillar ni apreciamos como se desangra cuando se corta su tallo, no sólo es una cuestión ideológica, ya es incluso de humanidad, no soporto ver un grupo de cadáveres elegantemente atados, en un gigantesco cementerio desnudo salvo por un elegante papel blanco con un “espero que te guste”, una común broma macabra.
Pero hoy quiero reírme de esa broma, hoy quiero lo que nunca quiero, hoy lo que no quiero, me gusta. Y me encantaría tener una rosa en mis manos, pesarla y acercarla a mi boca para respirar el olor que desprende, entre su olor dulce y el pulgón, como el de un ser amado, entre su propio sudor y el olor corporal que nos alteró la perspectiva por siempre jamás.
Que tuviera espinas, pero no se acercaran a mi piel, ni bichos cerca, sólo la idílica rosa sin un solo indicio del asqueroso mundo real.
Por que el hecho de que quiera una rosa es porque el mundo se está haciendo tan feo y desesperanzado, y agobiante como el infierno, que sólo algo bello puede salvarnos.
Una foto al menos me consuela.
(aunque el formato la haya deformado un poco...)
3 comentarios:
Hola!
Ire, yo también estoy pocho del estómago! A todo esto, es la primera vez que te firmo jejeje
A ver si nos vemos o hablamos un día ok? Que voy a tener un montón de cosas que contarte pero a partir de la semana que viene, espero.
Y que leyendo tu post me he dado cuenta de que también lo que quiero es un ramo de rosas aaaaayyyyyy que es verdad que con tantas cosas horribles necesitamos buscar ocn la mirada algo hermoso.
Un besazo... y ten cuidado, que la cabra se puede comer el ramo!!! ;-P
Bueno, olvidas que la muerte a veces también tiene su lado poético y hermoso, incluso dentro de lo grotesco.
Pero además cuando cortas una rosa no matas la planta, el rosal volverá a florecer al año siguiente. Se parece más a esquilar una oveja que a matar un bisón.
Yo tambien tengo mis días de ¡¡quiero hacer algo y no puedo!!.
Ahora mismo me apetece un bocata de chorizo de Pamplona y... pues no puedo... ocasionando en mí mal humor.
Coje nota de Rotwang, es un sabio.
Ale, a cascala!!
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